Eran los tiempos de la Revolución. Las fuerzas carrancistas cruzaban
la seca llanura por entre mezquitales y cenizos chaparrales. Habían
tomado los pueblos de la región carbonífera de Coahuila y ahora se dirigían hacia la hacienda de Mamulique para concentrar efectivos antes de la toma de Monterrey.
Muy en la lejanía, se podían observar los primeros cerros que rompían
la monotonía del paisaje plano y semiárido; eran las Mesillas y la mesa
de Cartujanos que anunciaban la cercanía de Lampazos por un lado; y
Valladares y Candela por el otro. El intenso calor los adormecía sobre
las cabalgaduras y deseaban encontrar pronto alguna ranchería en medio
de aquellas soledades para tomar agua y descansar de la agotante
jornada. Lo más cercano parecido a un poblado, era la estación Rodríguez, y aún estaban muy lejos.
Pero un rancho apareció ante ellos: San Patricio. Las pocas casas de
adobe con gruesas puertas y ventanas cerradas parecían deshabitadas
pues todo estaba quedando solo por la larga lucha. Se habían depredado
ganados, capitales, familias enteras habían huido de la guerra y muchos
hombres andaban a salto de mata empujados por un bando o por otro. Ya
sólo quedaban ancianos, mujeres y niños al frente de las propiedades en
ruinas. Por sobre el discurso tanto revolucionario como gubernamental,
el campo empobrecía y la nación se estaba muriendo de hambre.
Al llegar a San Patricio
Una columna carrancista
Procedente de Sabinas
Les ganaba la fatiga
Una columna carrancista
Procedente de Sabinas
Les ganaba la fatiga
Seguros en medio de tal desolación llegaron ante las casas, cuando
dos detonaciones los sacudieron de su marasmo. Un hombre rodó por el
suelo con todo y caballo. Otro disparo y otra cabalgadura cayó. Y
mientras cundía el desorden por aquel ataque sorpresa, más fogonazos
salían de una ventana u otra y más combatientes caían abatidos en la
inesperada emboscada.
Ya casi llegando al casco
De esa hacienda conocida
Empezaron los disparos
Provocando la estampida
De esa hacienda conocida
Empezaron los disparos
Provocando la estampida
Fuego pausado y certero
Los traía a la deriva
Y a cada grito del 30
Un guerrillero caía.
Los traía a la deriva
Y a cada grito del 30
Un guerrillero caía.
Tras el sobresalto con las primeras bajas, la veteranía se impuso e
inmediatamente los más experimentados se parapetaron tras lo que
pudieron o se tiraron pecho a tierra para bañar de balas aquella casa.
Alternativamente, de una ventana y otra salían los certeros disparos y
seguían perdiendo bestias y compañeros. Las astillas de la ventana
volaban por la balacera que destrozaba todas las maderas y de pronto,
una tregua...
El silencio envolvió por un momento a los dos bandos y el coronel al
frente de la tropa revolucionaria con voz enérgica gritó a los
atrincherados invitándolos a la rendición.
En lugar del cañón de un rifle, un trapo blanco salió por la rendija
de la entreabierta ventana. Ondeó por unos instantes de silencio bajo el
sol y viento suspendidos, atentos al desenlace de una historia más
para aquél pueblo trágico.
Cuando el fuego se calmó
De un bando y también del otro
Un trapo blanco asomó
Del jacal que tirotearon
De un bando y también del otro
Un trapo blanco asomó
Del jacal que tirotearon
La puerta se abrió lentamente... Seguido por una anciana y casi
cargado por dos muchachas, un delgado viejecillo que apenas podía dar
paso por el peso de sus tal vez noventa años dejó el marco y cabizbajo
pero ceñudo, empezó su marcha penosa. Miraron conmovidos como su
abundante y gran bigote blanco se contraía por un dolor callado; con su
escasa y plateada cabellera en desorden, aquejado por el dolor de un
hombro destrozado que le cubría de sangre el pecho y brazo entero.
Avanzaba arrastrando el paso.
Tan grande fue su sorpresa
Conocer al enemigo
Sólo un viejito valiente
Con un Treinta y mal herido.
Conocer al enemigo
Sólo un viejito valiente
Con un Treinta y mal herido.
Coronel y escolta se acercaron a aquella ruina humana para interrogarlo.
_ ¿Qué pasó con los demás? ¿Están muertos?
_ No hay demás... Toy´ solo... -contestó el anciano sacudiéndose con
gesto decidido la custodia de las mujeres y dando unos maltrechos pasos
al frente.
_ ¡¿Usted..., solo...?!
_ Sí señor...¡Yo solo...!
_ ¿Y porqué se nos enfrentó?
_ Pa' defender a las mujeres... No quiero que les hagan lo que a las
hijas de mi compadre . Ya las ve probes: ´pos estas mujercitas primero
se matan...
Ahora dígame viejito
¿porqué provocó este lío?
Pa’ defender mis mujeres
Pensé que eran amarillos
¿porqué provocó este lío?
Pa’ defender mis mujeres
Pensé que eran amarillos
No me le rajo a la muerte
Aunque viejo, yo soy hombre
Pa’ defender mis tierritas
Y mi honor, aunque sea pobre
Aunque viejo, yo soy hombre
Pa’ defender mis tierritas
Y mi honor, aunque sea pobre
_ Si alguien tocó a las mujeres de este pueblo, nosotros no fuimos...
_ Todos son iguales pero todos lo niegan... Total... Yo me rindo con
la condición que se respeten las mujeres de esta casa. Si no quiere:
¡´pos nomás diga 'pa volver al jacal y seguir peleando hasta que Dios
disponga...!
_ Le juro que nadie de mi tropa va a tocar sus mujeres. Ahora,
dígame: si quería protegerlas, ¿por qué no corrieron cuando nos
vieron...?
_ Porque soy hombre...
El oficial volteó a ver el tendedero de soldados y bestias ensangrentadas y sólo contestó:
_ No..., si ya nos dimos cuenta... Pero entenderá que tiene que pagar por lo que nos hizo.
_ Hice lo que debía hacer y desde que me rendí ya sé que estaba muerto...
_ ¡A ver, cabo...! –ordenó el coronel. _¡Déme un informe de nuestras pérdidas...!
Cuadrándose ante el superior contestó inmediato:
_ Mil balas disparadas, dos muertos, cuatro heridos y seis caballos inútiles, mi coronel.
El coronel sonrió levemente... ¡Tantas pérdidas...! ¡Mil balas para
someter a un hombre de noventa años...! Y con un gesto de amargura se
quedó mirando al valiente anciano veterano de quien sabe cuántas
guerras. Tal vez había peleado contra el apache y el comanche, contra el
gringo y el francés; y sabiendo las reglas de la guerra, esperaba
resignado el inexorable destino de los vencidos.
_ ¿Sí entiende lo que le espera...?
_ Ya se lo dije: Yo ya morí desde que me rendí...
Se muy bien lo que me espera
Y que no les tiemble el dedo
Ustedes son de los míos
¡Que viva Pancho I. Madero!
Y que no les tiemble el dedo
Ustedes son de los míos
¡Que viva Pancho I. Madero!
El espíritu del oficial se debatía entre la piedad y el deber. Al fin, en un grito decidido, ordenó:
_ A ver, mi cabo... Déle su “agüita”* aquí al señor... ( *mátelo )
Un joven soldado de rostro serio e impenetrable, sin un asomo a los
sentimientos que probablemente lo embargaban, tomó del brazo al viejo y
respetando su paso lerdo y lento, lo encaminó atrás de la casa, hacia
los corrales.
Un disparo... Otro... Las mujeres cayeron de rodillas sacudidas por el llanto.
El joven combatiente regresó con gesto inescrutable pero tal vez, muy
a su interior, renegando de aquella maldita guerra que ya los había
envilecido y condenado al infierno a todos. Las mujeres corrieron a
llorar sobre el cuerpo inerte, batido en sangre y tierra que cayó con el
rostro frente a un sol que de pronto, ya no quemaba...
El sol ya se iba ocultando
En la mesa Cartujanos
Cuando sonó una descarga
Haciendo eco en el llano
Y las mujeres lloraban
La columna se alejaba...
En la mesa Cartujanos
Cuando sonó una descarga
Haciendo eco en el llano
Y las mujeres lloraban
La columna se alejaba...
Allá frente a la casa, los revolucionarios sacrificaban las bestias
inutilizadas; preparaban el transporte para los heridos, cargaban a sus
muertos y en silencio, emprendieron la larga marcha que habían
suspendido para enfrentar singular combate en aquella batalla...
¡Contra un solo hombre...!
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